Cuando el presidente López Obrador prometió abrogar la reforma educativa y, por el otro lado, confundió a la opinión pública con la cancelación del aeropuerto internacional de México, me pregunté: ¿por qué razón no habrán saltado a la arena política tanto Ruiz Esparza, secretario de Comunicaciones, como Nuño, exsecretario de Educación, para defender unos de los muy escasos éxitos de la presente Administración, que concluye sepultada en la corrupción y en el desprestigio con los peores índices de aprobación de los últimos tiempos? ¿Por qué abandonaron al Presidente de la República en momentos tan críticos? ¿Tal vez porque el propio Peña les pidió no crear más efervescencia política para evitar las respuestas radicales de AMLO que dispararían aún más sus increíbles niveles de popularidad, o porque estamos claramente frente a un par de funcionarios temerosos por alguna razón de dar la cara para demostrar ante el público la validez de sus respectivos proyectos orientados a la conectividad aérea de México con sus innumerables ventajas y a la superación educativa y cultural de la nación?
Nuño y Ruiz Esparza han contestado los cargos
con patética timidez, en lugar de convocar a sendas conferencias de prensa con
la participación de todos los medios posibles, es decir, orquestar una
auténtica y poderosa refutación pública, con una sección abierta de preguntas y
respuestas para defender con argumentos sólidos la validez de su trabajo y la fortaleza
de sus respectivas posiciones profesionales. De eso se trata la democracia, la
congruencia y la valentía política.
Tendríamos que haber visto a un Ruiz Esparza
alegando que la cancelación del NAIM se elevaría a 190 mil millones de pesos,
más el desprestigio internacional de México si se toman en cuenta los 100 mil
millones de pesos ya invertidos, más los costos por aceleramiento en el pago de
la deuda contratada, más los cargos por penas convencionales. Esa es la
posición vigorosa y desafiante de un secretario de Estado. ¿Más? En el
aeropuerto militar de Santa Lucía resulta imposible construir seis pistas para
recibir a 70 millones de pasajeros o más, o sea, no se podría instalar un hub
que disparara la conectividad de México a todo el mundo para hacer del NAIM un
ombligo aéreo de nuestro país y del planeta, en lugar de un cuello de botella
que impide un gigantesco tráfico de personas y de mercancías que detienen
nuestro desarrollo. ¿Qué tal el aeropuerto de Atlanta, que recibe 104 millones
de personas al año, más los millones de toneladas de carga que se distribuyen
por toda la Unión Americana, para ya ni hablar de Dallas y de Los Ángeles?
¡Claro que Santa Lucía y Texcoco no pueden operar simultáneamente, según lo
dictaminó el MITRE de Boston, además de la Organización de Aviación Civil
Internacional y de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional, autoridades
aéreas de prestigio mundial! ¡Claro –tendría que aducir– que 7 de cada 10
mexicanos lamentablemente nunca han tomado un avión, por lo que del resultado
de la consulta al “pueblo” no se podrá derogar el dictamen técnico de los
expertos nacionales e internacionales! Queremos escucharlo declarando que en el
NAIM se generarán 425 mil empleos, cifra inalcanzable en Santa Lucía porque la
conectividad en esta última es muy inferior; que se trata de una oportunidad
histórica para impulsar el desarrollo del país por los inmensos beneficios
económicos, turísticos y comerciales de la aviación, proyecto que no debe
politizarse por el bien de la nación. Que Norman Foster, arquitecto británico
encargado del diseño del nuevo aeropuerto, construyó el de Pekín, el de Hong
Kong, el Standsted de Londres, entre otras obras más de renombre mundial, por
lo que se contrató a las máximas autoridades arquitectónicas del planeta. He
aquí la postura de un político mexicano que defendería con coraje y dignidad
sus decisiones. ¿Qué pasará por la mente de Foster? ¡Ah, mecsicanitous!
¿Y Aurelio Nuño? ¿No era un buen momento para
saltar a la palestra entre cámaras y micrófonos para repetir hasta el cansancio
que México es un país de reprobados, y tan lo es que existen 50 millones de
compatriotas sepultados en la miseria; que miles de maestros no saben ni
escribir su nombre sin cometer faltas de ortografía; que la deserción escolar
es escandalosa; que el ingreso lo acaparan quienes más saben, con lo cual se
concentra temerariamente la riqueza; que según Unicef, en México todavía
existen más de 2 millones de niños y adolescentes que no asisten a la escuela;
que estudios recientes de la OCDE arrojaron como resultado que México reprobó
en el índice de educación y competencias, ocupando el sitio 36 de… 36 países;
que “los estudiantes mexicanos de 15 años de edad tienen uno de los peores
desempeños en competencias de matemáticas, lectura y ciencias, según las
pruebas PISA; que México tiene cada vez más maestros de primaria y secundaria,
pero la calidad de la educación ocupa uno de los últimos lugares de un listado
de 124 países, lo que dificulta el desarrollo de una fuerza de trabajo sana,
educada y productiva. Que México, en resumen, tiene contraída una deuda
impagable con la niñez mexicana.
¿Dónde está el Aurelio Nuño que yo felicité
públicamente cuando descartó el diálogo con la CNTE mientras ésta violara la
ley; cuando advirtió que no habría estado de excepción en la aplicación de las
leyes educativas en Oaxaca; cuando declaró que “El derecho principal, que está
por encima de cualquier cosa, es el derecho de los niños y las niñas a tener
una educación de calidad y no nos pueden exigir un diálogo bajo
el chantaje de dejar a los niños sin clases”; que el Gobierno federal
ni iba a ceder ni se dejaría presionar? Nuño es el padre de la reforma
educativa y es inevitable que salga a defender la tarea más noble que ha
emprendido en su existencia en lugar de esconderse del escrutinio
público.
Ruiz Esparza y Nuño están a tiempo de demostrar
que sus respectivos proyectos responden a los supremos intereses de la nación
aun cuando corran el riesgo de enfrentarse al presidente electo con todas sus
consecuencias. Es la hora de la verdad. ¿Por qué callan? Tienen la palabra.
Reenviado por Redacción / #MásClaro.
Nota original Zocalo